Estamos ya a siete días del levantamiento que cambió la figura del país y lo remeció hasta los tuétanos. La manifestación masiva de ayer viernes 26 —más de un millón doscientas mil personas en Santiago y otras tantas en regiones—, seguida hoy sábado del trabajo voluntario de cientos de jóvenes haciendo aseo en las calles, nos muestra que sopla un nuevo espíritu en un pueblo que descubre en sí mismo la inmensa potencialidad de la vida.
Pero hagamos memoria y reflexionemos sobre algunos de estos hechos buscándoles un posible significado.
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El malestar y los hechos en la calle
Todo comenzó en Santiago el lunes 14 de octubre 2019 con una masiva protesta de estudiantes secundarios contra el alza de 30 pesos del boleto del metro. Durante dos días grupos de estudiantes irrumpieron a intervalos en algunas estaciones del metro para saltarse los torniquetes y evadir así, casi jugando, el pago del viaje. Su lema: “Evadir, no pagar; otra forma de luchar”
Al tercer día, el juego se puso serio cuando comenzó la represión policial. Se agregó entonces la protesta de padres y abuelos a la de los escolares, y pronto se unieron a ella grupos de jóvenes que destaparon violentamente la ira y la frustración acumulada durante años por contemplar impotentes que sus abuelas no podían vivir con sus pensiones miserables, o que sus madres no podían pagar tratamientos médicos urgentes, o que la vida en el barrio o en el edificio se volvía una angustia permanente entre la droga y la falta de trabajo y de espacios de juego o reunión.
Son jóvenes sin futuro, decepcionados de una educación que no cumple la promesa de prepararlos para un trabajo digno. Se comparan con exalumnos de colegios particulares de su misma edad que desempeñan cargos y funciones lucrativas. Para ellos, la evasión del pago del transporte público no es sino una manera de resarcirse de las carencias en que han sido criados y han vivido siempre. Evadir —como lo hacen los ricos con sus impuestos, sus colusiones comerciales y sus recortes a la previsión laboral, o los militares y carabineros con sus fraudes al fisco— ya se ha banalizado y se vuelve asunto de optar entre viveza o tontería.
De la ira y la indignación largo tiempo contenidas frente a las grandes desigualdades de ingreso y de estándares de vida resultó la violencia que se desató—irracional— en contra de cosas comunes —si bien aquí abunda el ejemplo de los poderosos que también abusan de cosas comunes, como el agua privatizada y el aire que contaminan. De ahí salieron la destrucción de 41 estaciones del metro y de dos de sus trenes con la consiguiente inutilización del servicio. De ahí también las quemas de buses, de farmacias y supermercados, a los que se añadieron saqueos perpetrados por otros, esta vez adultos —pues siempre hay quienes se aprovechan del pánico o, como se sospecha, lo organizan desde sus cárteles.
El trastorno del orden público en Santiago y otras ciudades trajo consigo la inseguridad o el miedo ante la falta de aprovisionamiento de alimentos y medicinas. La vida de los más débiles —bebés, ancianos, enfermos crónicos— comenzaba a peligrar. El gobierno decretó el estado de excepción en la capital y en otras regiones.
Frente al estado de excepción, se dividieron los ánimos. Algunos lo aprobaron. Los alcaldes requirieron presencia policial en las inmediaciones de los edificios de los que dependía la salud pública —farmacias, dispensarios y hospitales— y el acopio y la venta de alimentos —supermercados. También lo hicieron pequeños comerciantes y feriantes que vieron saqueadas sus tiendas..
A algunos, la bota militar les traía ominosos recuerdos de dictadura. Otros, sin estos recuerdos, los miraban con recelo, pues los sentían encargados más bien de protegerlos de enemigos externos. Y tenían razón de recelarlos, pues en muchos casos, ellos y los carabineros, volvieron al violar derechos humanos y ciudadanos elementales. En algunos barrios grupos de vecinos prefirieron constituirse en sus propios guardianes, organizando turnos y cuadrillas. Algunos políticos de la oposición condicionaron el diálogo con el ejecutivo a que los militares volvieran a sus cuarteles.
Por lo demás, los militares decepcionaron a los mismos sectores que pidieron su auxilio, por no acudir cuando se los necesitaba para impedir los saqueos. Por otro lado, los militares repelieron a manifestantes pacíficos, hiriéndolos con balines, forzándolos a golpes y causando la muerte de más de 20 personas, hiriendo a varios cientos, entre los cuales se cuentan unos cincuenta jóvenes heridos en el globo de un ojo.
Estado de excepción: nivel emergencia1
De cualquier manera, ninguna de las posturas referidas frente a la operación militar dejaba de tener asidero en la esencia misma del estado de excepción2, que instaura “legalmente” una zona sin ley, —anómica—, a cargo del jefe de zona, en un límite precario entre legalidad e ilegalidad, entre el cuidado de la vida y el dominio administrativo o tiránico sobre ella, o entre el contrato social de una constitución y la arbitrariedad de un posible déspota. Quedó así evocado el peligro de deslizarse hacia una dictadura, tanto más cuanto que el presidente Piñera dijo que estábamos “en guerra” contra un enemigo poderoso.
El presidente que decretó el estado de excepción constitucional tiene la facultad administrativa de hacerlo —la potestad que el pueblo les ha conferido a los funcionarios elegidos. Pero por falta de carisma personal y por su propia historia de alianzas comerciales, este presidente carece de la autoridad que le haría posible identificarse con la mayoría del pueblo como un líder3. Por eso, cuando el 22 de octubre por la tarde apareció en cadena nacional pidiendo disculpas y ofreciendo el despacho rápido de medidas que parecen responder a las necesidades más sentidas de la mayoría de excluidos sociales en Chile, éstos no le prestaron oído ni confianza.
Pese al cambio en la actitud del presidente y de varios de sus ministros —cambio que algunos saludaron como una “victoria” del pueblo —así Oscar Landerretche, expresidente del directorio de la estatal Codelco— las manifestaciones multitudinarias y pacíficas de protesta prosiguieron y hasta se fortificaron con una huelga general por 24 horas convocada por la CUT y otras organizaciones de trabajadores. La mayoría de quienes participaban llevaban adelante la protesta de manera pacífica y hasta festiva —cacerolazos, danzas, rayados de muros—, lo que el gobierno se empecinó en no ver durante los primeros cinco días, echándola en el mismo saco de la supuesta “guerra” contra los “vándalos” (“alienígenas” según Cecilia Morel).
De la anomia a la vida
Dije que el estado de excepción es uno de ausencia de ley —o anomia. Toda vida cuando se siente sofocada atraviesa por una cierta anomia. Es uno de los momentos de una búsqueda. No es el último. Tiene de angustioso que, mientras dura, no se ve con claridad ninguna salida. Se la busca en forma irracional. Por ejemplo, destruyendo el metro como lo hemos visto. Quien lo destruye no sabe por qué lo hace. Pero siente oscuramente tal vez que esa serpiente subterránea que recorre el gran Santiago desde los barrios pobres hasta los ricos, ida y vuelta, representa un vínculo de explotación, más que de comunicación: la explotación que padecen sus padres al viajar desde los suburbios hacia el oriente de la ciudad para hermosear un jardín ajeno, o a sentarse largas horas de cajera en un supermercado, por una miseria de sueldo.
Antes del decreto presidencial del estado de excepción, el pueblo mismo se había puesto ya al margen de la ley, pues sentía oscuramente que el derecho vigente no daba para más. Exceptuarse de la ley era una forma de buscar una nueva ley, esta vez ley de vida, sintiendo que no había oposición entre anomia y ley, pues también esta anomia contenía el deseo y el dinamismo de una búsqueda de vida4.
Evolución errática pero creativa
La vida se desarrolla y evoluciona erráticamente por momentos, pero lleva en su interior mismo — el “Dedans” (“Interior”) de Teilhard de Chardin— el dinamismo que crea y configura seres inesperadamente nuevos y capaces de sobreponerse a las crisis externas —erupciones, meteoritos, glaciaciones. Al reproducirse y mutarse a veces en forma sorprendente, se agrupan en múltiples figuras de herencias que llevan adelante la evolución de la vida desde los primeros microbios y células eucariotas del precámbrico, hace 2.700 millones de años, pasando por las plantas acuáticas y terrestres, hacia los animales y los simios y homínidos de la era terciaria, hace 7 millones de años. Así ha ido evolucionando la materia en su encaminarse progresivo hacia la conciencia, la racionalidad, la afectividad, la comunidad. Y la historia humana sigue también ese ritmo evolutivo con todos sus vaivenes anómicos y creativos y sus pulsiones destructivas y constructivas.
Lectura bíblica de la anomia
La coyuntura anómica de excepción, en sus dos aspectos de levantamiento espontáneo y de decreto presidencial, puede leerse también con el rasero de los símbolos bíblicos, pues éstos tenían y tienen referentes reales en la historia humana. Los símbolos bíblicos y de otras religiones o culturas permiten leer la vida diaria y las estructuras sociales con una clave que escudriña las profundidades del alma individual y colectiva de donde brotan las pulsiones que determinan la existencia individual y social, como el eros y la thánatos, la vida y la muerte.
Tres textos bíblicos, dos de Pablo y uno de Juan, nos guiarán en este propósito.
En la carta de Pablo a los Romanos (3,21) se lee una afirmación paradójica sobre la inutilidad de la ley antigua, la de Israel: “ahora, sin ley, la justicia de Dios se ha manifestado”. Es una expresión paradójica —porque niega la ley, pero afirma la justicia de Dios que también es una ley.
Para entender la paradoja, recurrimos a otro texto de Pablo: “Dios nos ha confiado el servicio de una nueva alianza, no de la letra, sino del espíritu, porque la letra mata y el espíritu vivifica” (literalmente hace vida) (2 Cor 3, 6). Aquí la letra es la de la ley que establecía el código jurídico de la antigua alianza. Pero para Pablo ha sucedido un hecho que elimina la ley antigua cuya letra ahora mata. Ese hecho es la constitución de una nueva alianza por el acontecimiento del mesías Jesús —un mesías que ya no está físicamente presente, pero cuya inspiración o espíritu vivificante vive en medio de todos. Esa inspiración mesiánica da lugar a una nueva ley a la que Pablo llama “justicia de Dios”, inmediatamente conectada con la inspiración vital del “espíritu vivificante”.
Lo que ha acontecido es que, tras el advenimiento y la ida del mesías Jesús (2 Cor 3, 1), se le ha encargado a Pablo que se ponga al servicio de la justicia de Dios, esa que, rompiendo todas las barreras de injusticia, une a todos los seres humanos en el nuevo espacio llamado “mesías”, donde “ya no hay griego ni judío, esclavo ni liberto, hombre ni mujer” (Gal 3, 28). Tal es el advenimiento de la justicia de Dios.
Este evento no es el de alguien que vendría de fuera a imponer o instaurar carismática o violentamente un nuevo orden social y jurídico —la nueva alianza. El mesías Jesús ya no está en el horizonte de la historia. Los sueños de hacerlo rey se han esfumado para siempre. Y también los de su vuelta o parusía. Al hablar de su “espíritu”, Pablo está apuntando a una experiencia íntima que él vive intensamente, pero que está a disposición de todos. Se trata solo de volverla consciente en la comunidad. Este era el servicio encargado a Pablo: despertar conciencia.
Esa conciencia se encuentra también más tarde en el evangelio de Juan, donde se insiste en que el mesías Jesús, se ha alejado definitivamente, lo que angustiaba a sus seguidores. Sin embargo, ese alejamiento era necesario para que la comunidad descubriera en sí misma, en el diálogo y la discusión comunitaria, que la respiración o el soplo del espíritu —su ardor mesiánico— está latente en cualquier grupo humano, pujando por expresarse de diversas maneras. El nombre de paráclito resume el evangelio de Juan las funciones de “abogacía”, defensa de los débiles, vocería, y “consuelo” o apoyo de los afligidos que cumplía Jesús y que ahora debe cumplir el grupo mismo, con la fuerza que le viene desde adentro: “Si no me voy, no viene el paráclito (abogado, consolador)” (Juan 16,7): la espera de un líder carismático (mesías) que viniera de afuera paralizaría la energía interna que pugna por manifestarse en el grupo mismo.
Algo así como esa energía es la que hemos podido experimentar ahora en nuestra situación de excepción. Pienso en los muchos gestos y acciones solidarias que han brotado sin ley alguna, — en medio de la anomia—, como las de atender a los heridos, prestarse servicios entre vecinos, barrer calles y plazas, formar cabildos en los barrios para ir reconstruyendo una sociedad nueva, y muchas otras que se inspiran en lo más profundo y lo mejor que hay en nuestra humanidad
Así han vuelto a ponerse de pie los injustamente tratados, los excluidos. Desde Pablo es posible interpretar estas acciones como un eco de la “justicia de Dios”, esa que une lo que está separado por odios o prejuicios. Con la palabra “Dios”, Pablo simboliza lo constructivo, lo amoroso, lo erótico de las profundidades unitivas de lo humano, lo que crea nueva vida y termina con la ley antigua que llevaba a la muerte. No se trata —ni para Pablo ni para nosotros— de un dios que desde afuera venga a interrumpir procesos humanos. Hablaba Pablo y hablamos nosotros de un don que los pueblos a veces descubren en sí mismos, un mesías colectivo, no un visionario individual o líder carismático, ni tampoco una iglesia o un partido que pretenden saberlo todo, sino un pueblo en movimiento y solo por eso “mesiánico”.
Así podemos leer e interpretar también el momento que estamos viviendo hoy: la oscuridad de la anomia que experimentamos refleja la muerte que la Constitución de la dictadura trae consigo y sigue produciendo por mano de militares que pretenden hacer cumplir la ley en estado de excepción. Pero esta ley que ya no sirve y esta ilegalidad o anomia que se vive en las manifestaciones populares traen en sí el germen de la vida que tarde o temprano se dará una nueva ley.
¿Por qué vías? Sin poder predecirlas, porque solo “se hace camino al andar”, hay que comenzar por dar dos pasos: el primero depende de lo que queda de la administración pública y de su capacidad de devolver el orden público; el segundo, desde el pueblo hay que dar pasos de participación activa —como el de los cabildos que ya están creándose— para construir un nuevo pacto social o una nueva constitución.
Manuel Ossa B., 23 y 27 de octubre 2019
1 El “estado de excepción constitucional” está definido por la ley 18415 del 14 de junio de 1985 y contempla cuatro variantes: estado de emergencia, estado de asamblea, estado de sitio y estado de catástrofe. Cada una de estas variantes se aplica a una situación distinta y con varias modalidades. El estado de emergencia se aplica por decreto presidencial en caso de “grave alteración del orden público”.
2 Cf. Giorgio Agamben, State of Exception, The University of Chicago Press, edición Kindle Amazon, pos. 338)
3 Según Agamben, la autoridad es diferente de la potestad, pero ambos conceptos configuran un sistema en el que se relacionan entre sí en una oposición que las mantiene a ambas. Ver Giorgio Agamben, o.c. State of Exception, chap. 6: “Auctoritas and Potestas”.
4 Cf. Agamben, o.c. pos. 981, chap. 5.4